Tolkien: El lenguaje y la aventura. José Luis Ontiveros

Parece como si Tolkien tuviera en el lenguaje la intimidad del alma. Así, sus personajes más siniestros (los trasgos, los trolls, Gollum) tienen voces siniestras y sus héroes primordiales (los Elfos) fueron los creadores del lenguaje. Pero también hay una contraposición entre la lengua de la urbe, degenerada y tosca, y la lengua del bosque, clara y luminosa. Esta clave lingüistica de Tolkien revela un aspecto más de su obra: la lucha entre la espada y la ciénaga.

El renacer de las sagas


Cuando fue arrojada la fantasía a los fondos del inconsciente por la soberbia intelectual de un siglo escéptico, emergió un cultivador de sagas y de mitos. Frente al discurso ideologizado, que califica la realidad y la ordena en sistemas, los elfos del bosque pulieron sus espadas y los malvados trasgos buscaron un túnel lóbrego donde ocultarse. J.R.R. Tolkien es el autor de una nueva mitología artúrica y de un renacer de los símbolos de las sagas bretonas y sajonas en un ciclo narrativo. Tolkien es el escritor que se niega a describir los "barrotes de la cárcel" de la realidad, y que la trastoca para encontrar el nudo entre el cielo y la tierra. En él se encuentra exorcizado el salvaje que imaginaba De Maistre como una regresión opuesta a la nobleza original, como un retorno no de la tradición sino de la brutalidad. El filólogo, que construyó su nido-hobbit en Oxford, logró salvar por la imaginación su vida ordinaria y monótona de profesor. En el sentido de la creación fue distinto al "profesor declamador" que describe Nietzche.

Su primer libro El hobbit (1937) encierra varios de los motivos fundamentales que desarrolla en El Señor de los Anillos (1954-55), y ha sido considerado en ejercicio menor, "escrito para niños" y del cual se evoca el propio juicio de Tolkien: "Les disgustó -instintivamente- cualquier cosa en El Hobbit que estuviera de alguna manera señalada como para niños, en lugar de simplemente para toda la gente. A mí también, ahora que lo pienso". Este juicio parece guardar una contradicción: Tolkien sufrió una falla estilística pero simultáneamente dió a su relato oralidad para ser una cosmogonía contada. El hecho de que Tolkien opinara sobre El hobbit con suficiencia desfavorable no autoriza el que se tenga que creer ciegamente la opinión de un filólogo, que ve a distancia su otro ser, al creador de ficciones, al bardo. El hobbit es un alegato contra la lógica del progreso y los fantasmas de la edad tecnológica. Puede tratarse de un testimonio ecológico, pero también es un universo de símbolos situado más allá de lo tangible y de lo rutinario.

El hobbit, de talla menuda, con rizos castaños en la cabeza, es una raza apacible, campestre, amante de las pipas y del confort, enemiga de las chimeneas de las fábricas. La saga que surgirá en torno a Bilbo Bolsón, el protagonista de la novela inicial de Tolkien, parece confluir en dos vertientes: el interés por el lenguaje y el sentido transformador de la aventura.

El sol de los elfos


El lenguaje hace de El hobbit un cuento de hadas heroico y un tratado sobre el alma y su correspondencia con la palabra. A través de la contrucción de una estructura reiterativa, unidimensional y lineal, Tolkien une diversos episodios en un centro unitario, que es el contar las aventuras del hobbit. El hobbit es el personaje que crea su historia mágica -narrando su propia vida-, y otorga al lenguaje su ser fundador.

Tolkien, cultor de la gaya ciencia de las runas y de las letras lunares, manifiesta distintas preocupaciones por el lenguaje. Se interesa por el lenguaje secreto de los encantamientos y por las distintas voces que animan a la variedad de los seres. Para Tolkien fueron los elfos (seres dotados de gracia) los que forjaron el lenguaje: "No hay palabras que alcancen a expresar ese asombro abrumador desde que los Hombres cambiaron el lenguaje que aprendieron de los Elfos, en los días en que el mundo entero era maravilloso".

El lenguaje que sostiene la oralidad del cuento de hadas establece también rasgos platónicos en las distintas voces. Pareciera que Tolkien considera que el lenguaje registra la intimidad del alma. Existen diversas formas en que el lenguaje se manifiesta; son los dialectos de los personajes. A las figuras pesadas y semi-idiotas de los trolls corresponde un lenguaje pedestre y tautológico: "Pero eran trolls. Trolls sin ninguna duda. Aún Bilbo, a pesar de su vida retirada, podía darse cuenta: las grandes caras toscas, la estatura, el perfil de las piernas, por no hablar del lenguaje, que no era precisamente el que se escucha en un salón de invitados.

-Carnerro ayer, carnerro hoy y maldición si no carnerro mañana -dijo uno de los trolls-".

Los trasgos, especie de proletarios de los duendes, miserables, toscos y mal educados, emplean una lengua estridente que va de acuerdo con su gusto por la oscuridad de túneles infectos y su forma de pelear: multitudinaria y cobarde. Dice Crabbe en su estudio sobre Tolkien: "Por ejemplo, los trasgos de la montaña tienen 'rostros toscos' y hablan como ingleses urbanos de la clase trabajadora" (1). Tolkien describe el aullido estentóreo de los trasgos, que festejan sus correrías en cavernas hundidas en el fondo de la montaña: "Los gritos y lamentos, gruñidos, farfulleos y chapurreos, aullidos, alaridos y maldiciones, chillidos y graznidos que siguieron entonces eran indescriptibles. Varios cientos de gatos salvajes y lobos asados vivos, todos juntos y despacio, no hubieran hecho tanto alboroto".

Un ejemplo logrado de la forma en que Tolkien juega con el lenguaje es Gollum, criatura patética, monstruo chapurreante que vive en una laguna nocturna, y al que el hobbit derrota en un acertijo afortunado. Gollum, alguna vez, vivió en la superficie y se complacía por el sol. Al paso del tiempo se convirtió en una criatura carnicera, de hablar solemne y retórico, afecto al monólogo y en propiedad de un anillo de poder que hace invisible: "- ¿Qué ess él, preciosso mío? -susurró Gollum- (que siempre se hablaba a sí mismo, porque no tenía a ningún otro con quien hablar)".

Los trolls, los trasgos y ahora Gollum. Se trata de un lenguaje degradado, que se alza en el aullido trasgo de los duendes proletarios, se enlaza torpemente en la repetición de los pesados trolls, o se pierde en el vicioso y húmedo monólogo de Gollum. ¿Qué otras criaturas expresan su caída por la voz? Los wargos, "la espantosa lengua de los wargos": "Les habló en la espantosa lengua de los wargos. Gandalf la entendía. Bilbo no, pero el sonido era terrible, y parecía que sólo hablara de cosas malvadas y crueles, como así era". Los wargos son lobos salvajes que generalmente se alían con los trasgos en depredaciones y ataques furtivos. A veces los trasgos cabalgan sobre los lobos. (En El hobbit, en la batalla final de los cinco ejércitos, hordas de trasgos se acompañan de manadas de wargos, que finalmente sucumben).

Tolkien, al igual que Heidegger, considera que la poesía expresa lo sagrado, es el decir más alto y se encuentra fundido en el nombre-designación de Bardo, héroe que matará al dragón y que recoge los símbolos del rey-guerrero y de la "realeza sacra". Poetizar es nombrar la sustancia de las cosas, y expresar su esencia. En el lenguaje se encuentra el símbolo igualmente de la Edad de Oro, en que lo sagrado se instaura como una poesía de la totalidad, y no hay más diferencia entre el sujeto y el mundo externo. Edad que Tolkien reconoce como propia de una supernaturaleza semejante a la de los cuentos de hadas. El lenguaje, como las espadas, es un patrimonio élfico, goza de una "gracia" única y puede ser el grito espantoso de un trasgo tocado en su cueva por un rayo de sol.

El simbolismo de la espada


Tolkien anuncia a una civilización que ha rechazado el valor de la aventura, el significado que ésta tiene en la formación de los valores. El mundo del hobbit con sus alacenas llenas de comida, sus chalecos, y sus hábitos sedentarios es extraño al misterio de lo imprevisilbe. El universo hobbit considera "respetable" al que "nunca tuvo aventura alguna o hizo nada inesperado".

Tolkien describe las limitaciones de la civilización hobbit, mito de la vida campestre y pacífica alejado de las utopías de los sistemas monistas y abstractos. Así Bilbo Bolsón responde al mago Gandalf, que lo invita a una aventura: "En estos lugares somos gente sencilla y tranquila y no estamos acostumbrados a las aventuras. ¡Cosas desagradables, molestas e incómodas que retrasan la cena!" (2). Sin embargo, la civilización hobbit no se niega por completo a las experiencias fundamentales del azar y del peligro, en el hobbit anida el recuerdo fabuloso de sus orígenes que lo relacionan con las hadas y con lo mágico. El hobbit decide emprender sobre sus hábitos ordenados y su vida pacata, el proceso místico de la aventura, en que renacerá un ser muy distinto del viejo hobbit del agujero confortable y los largos anillos de humo de su pipa contemplativa.

En Tolkien están muy presentes mitos fundamentales como el símbolo del renacimiento, el de la espada, el del retorno del señor del mundo, el de la puerta secreta y el de la lucha contra el dragón. Cada uno de estos mitos es paralelamente un orbe literario. Un juego de signos y de historias subordinadas al desarrollo de las aventuras del héroe. Como centro de ese simbolismo aparece el arma con que el héroe debe enfrentar las pruebas de su purificación y ejercer su acción sobre la realidad, en la existencia de una espada de origen élfico Tolkien señala la acción necesaria de los guerreros. El hobbit pacífico y bonachón se transforma en un guerrero sereno y arriesgado: "Enseguida le puso Bilbo una pequeña cota de malla, forjada para algún joven príncipe elfo tiempo atrás". Si bien cabe el humor en la figura no demasiado terrible de un hobbit guerrero, éste se encuentra su espada como botín de guerra, luego de que los torpes trolls de hablar rudimentario y cuerpo pesado son transformados por el sol en estatuas de piedra. La espada simboliza el destello de un ser distinto que aparece en el doméstico hobbit que extraña su mecedora y su cama. La espada encarna así el símbolo de un ser cualitativamente diferente y, simultáneamente, representa el interés por el lenguaje que caracteriza la obra de Tolkien: "En otro tiempo había dado muerte a cientos de trasgos, cuando los elfos rubios de Gondolin los cazaron en las colinas o combatieron al pie de las murallas. La había denominado Orcrist, Hiende Trasgos".

A su vez el hobbit llega a bautizar su propia espada como "Aguijón", proveniente de un linaje no humano: "No han sido forjadas por ningún troll ni herrero humano de estos lugares y días, pero cuando podamos leer en las runas que hay en ellas, sabremos más".

La espada representa el espíritu de aventura y el poder actuante de la "gracia" sobre la realidad. El ser oscuro de los trasgos, la ambición y tozudez de los enanos, el balbuceo de Gollum, el destello de la espada que hiende al Gran Trasgo o al malvado Bolgo del Norte constituyen la cartografía de otra realidad. Tolkien asalta las sombras de la ciudad con fantasía. Su obra se enfrenta a la edad que ha desterrado a los dioses, cuando la aventura renace en el mundo.


(1) Katharyn F. Crabbe, J.R.R. Tolkien, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
(2) J.R.R. Tolkien, El hobbit, Editorial Minotauro, España, séptima edición, 1985.

J.R.R. Tolkien: el Hobbit de Oxford. Mario Severino


Para el escritor italiano Mario Severino, Tolkien encarna una crítica claramente conservadora al mundo actual. Sus inclinaciones regresivas y maniqueas son patentes. Sin embargo, los ecologistas se inspiran abiertamente en él y la topografía tolkeniana llena los recursos progresistas. ¿Cierta izquierda apoyada en un autor "völkish, católico y reaccionario"? He aquí todo un síntoma metapolítico.

Vivía en un pequeño cottage, a la sombra de los colegios de la gótica universidad de Oxford. Católico y reaccionario, prestaba distraída atención a los sucesos de su tiempo y no gustaba de leer los diarios, actividad, a su juicio, eminentemente intrascendente. Aparte de una breve estancia en las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial y algunos viajes de estudio a Irlanda, su existencia transcurrió en medio de una simplicidad y regularidad abrumadoras.

"En verdad, yo soy un hobbit"


El hecho es que el mundo contemporáneo tenía para él un interés y una realidad infinitamente menores que las de las de las antiguas literaturas sajonas, germánicas y célticas que enseñaba en Oxford, que las mitologías que debían inspirarle una obra poética y narrativa sin precedentes.

Todos los jueves por la tarde, en el curso de los años treinta, se reunía con sus amigos, jóvenes eruditos y viejos literarios oxfordianos, para fumar pacíficamente la pipa y leer los esbozos de El Hobbit, de El Señor de los Anillos, poemas, fábulas, y hablar incansablemente del Beowulf, de los Niebelungen y de las narraciones de la Tabla Redonda.

"En verdad yo soy un hobbit -escribió más tarde- en todos los sentidos del término. Amo los jardines, los árboles y los campos, cuando no están mecanizados. Fumo en pipa y amo la alimentación simple y buena (esto es, sin artificios), pero detesto la cocina francesa. Me gusta vestir, aun en estos tiempos en que ya no se usa, el chaleco, por puro placer. Adoro los hongos. Tengo un sentido bastante simple del humor que mis entusiastas críticos encuentran deplorable). Me acuesto tarde y me levanto tarde (cuando es posible). No viajo mucho". (Humphrey Carpenter, J.R.R. Tolkien: A Biography, Allen & Unwin).

Fallecido el 2 de septiembre de 1973 a la edad de ochenta y un años, John Ronald Reuel Tolkien dejó incompleto un relato cuya concepción, gestación y redacción ocupó más de la mitad de su vida; El Silmarillion. Durante ese tiempo Tolkien había escrito ya El Hobbit, El Señor de los Anillos, una colección de poemas fabulescos titulada Las aventuras de Tom Bombadil, algunos cuentos, sin hablar de sus notables trabajos de fisiólogo, de traductor y de comentarista de antiguos textos sajones (su edición del Beowulf es hoy un clásico en inglés).

La historia de El Silmarillión se confunde con la de su autor. Todavía era niño cuando en Birmingham, donde un viejo sacerdote le había recogido después de la muerte de su madre (al padre apenas lo había conocido), ya devoraba los antiguos poemas mitológicos anglosajones y manifestaba una sorprendente predisposición para los estudios filológicos. La lengua galesa, que había descubierto durante una excursión, lo fascinó por su belleza y complejidad poética. Fue, pues, absolutamente natural que la carrera académica lo hubiera conducido a Oxford, donde se sumergiría plenamente en un universo mitológico y lingüistico que ya nunca abandonó. Las sagas, las leyendas bretonas y los poemas sajones adquirieron muy pronto en su espíritu una existencia autónoma y producían imprevistos desarrollos. Héroes fabulosos, dragones y criaturas maravillosas nacían de sus primeros poemas, de inspiración artúrica y, desde 1917, Tolkien decidió crear en su propio país fabuloso un corpus ideológico imaginario, provisionalmente titulado El libro de las últimas narraciones y más adlante The Silmarillion. La composición de esta obra, que narra la historia de la Primera Edad de la Tierra Media, la interrumpe en los años treinta para escribir un cuento para niños cuyo contenido mitológico se conecta de forma directa al de El Silmarillion: El Hobbit (1037). Más tarde, Tolkien lamentó esta alusión a un público infantil; de todas maneras, como escribió C.S. Lewis "Todos los que aman esos libros para niños que pueden ser leídos y releídos por adultos han de tomar buena cuenta de que una nueva estrella ha aparecido en esa constelación. Para el ojo entrenado algunos de los caracteres han de parecer casi mitopoéticos".

El éxito del libro y todas las prolongaciones narrativas que implicaba, impulsaron entonces a Tolkien a escribir, esta vez ya para los adultos, un vasto fresco que tendría que narrar las catástrofes del final de la Tercera Edad, la lucha por la posesión y la destrucción de un anillo de terrible poder y el establecimiento definitivo del reino de los hombres: El Señor de los Anillos, cuya extensión exigirá no menos de una decena de años (1937-1949).

Mito y Fantasía


Esta obra maestra de la literatura fantástica y heróica, cuyos tres volúmenes (La Compañía del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey) nos empujan a un mundo de una riqueza mitológica luminosa, de una formidable vitalidad, dotada de una geografía propia, de su propio lenguaje y de sus propias escrituras (rúnicas), e incluso de su propio retro-mundo (el que nos describe precisamente El Silmarillion); y constituye la ilustración rigurosa y resplandeciente de la idea que Tolkien tenía de la narración fabulosa.

A este respecto, la lectura del breve ensayo titulado Sobre la Fábula (1939), contenido en la colección Albero e Foglia es capital para quien quiera apreciar la originalidad literaria de las obras de Tolkien, y en particular de El Señor de los Anillos. Para Tolkien, el universo de la fábula es irreductible al mundo real y ésta es la razón por la cual el filólogo oxfordiano niega el apelativo de "fábula" a las historias que, en forma alegórica o satírica, transponen situaciones reales, históricas, y fácilmente identificables por el lector.

La Fantasía no es solamente una transposición onírica. Es un mundo lógico, o por lo menos coherente, cuyos dragones, elfos, enanos, trolls y goblins no son necesariamente los únicos habitantes: los hombres mismos pueden adquirir un papel importante y tomar una segunda naturaleza fantástica, fabulesca. Es el caso del rey Artus, que, explica Tolkien, ha pasado de una existencia histórica a una existencia fantástica o mítica: "La olla de sopa, la cazuela del relato ha continuado hirviendo sin interrupción, y continuamente le han sido agregados nuevos ingredientes, gratos o no". He aquí, exactamente lo que Tolkien ha intentado hacer en relación al viejo fondo mitológico germánico, céltico y sajón: para Tolkien no existe ninguna diferencia entre la mitología y la Fantasía.

Un mundo rural, feudal e ideal


En uno de los estudios consagrado a El Señor de los Anillos (Tolkien, A Look Behind The Lord Of The Rings, Ballantine Books, Londres 1973) Lin Carter ha puesto claramente en evidencia las filiaciones principalmente nórdicas (y secundariamente célticas) del universo mitológico de Tolkien; en efecto, la única creación pura que se le puede atribuir es la de los "Hobbit" (medio hombres, medio seres fabulosos). Esta creación, si no justifica ninguna interpretación histórica precisa, puede suscitar una lectura simbólica teniendo en cuenta la importancia y la ejemplaridad que Tolkien confiere a este pequeño pueblo simpático, campestre, pacífico, bonachón, enemigo del movimiento y del progreso, pero capaz de reacciones vigorosas, y con los cuales él se identificó abiertamente. Un pueblo a través del cuál Tolkien nunca negó haber tratado de pintar una vieja Inglaterra rural, fuedal e ideal. Es cierto que los relatos de Tolkien están llenos de empresas heróicas y de formidables encuentros. Empero, se advierte constantemente en ellos una nostalgia por la inmovilidad y la paz, por una mítica edad de oro.

Uno de los más agudos exégetas de la obra de Tolkien, Randel Helms (Tolkien's World, Tames & Hudson, citado por Michel Marmin en Tolkien, le magicien, "Ecrits de Paris", noviembre 1976) pretende que el héroe de El Señor de los Anillos, el Hobbit Frodo es exactamente un anti-Fausto: "Desde el fin del medievo hasta la primera explosión atómica (para ser lo más precisos posibles) nuestras más profundas necesidades espirituales han sido faústicas, y han dirigido nuestras energías espirituales y sentimentales hacia la búsqueda sin fin del saber y del poder sobre la naturaleza, sobre nuestro mundo. Nos hemos convertido en émulos de Sauron (el héroe maléfico de El Señor de los Anillos); podemos domeñar la naturaleza, pero descubrimos al mismo tiempo que cada intervención sobre la naturaleza corrompe y contamina. Como Sauron, podemos oscurecer el cielo, arruinar la vegetación, pervertir y dominar el espíritu de los hombres; y como Sauron, permanecemos prisioneros de nuestras mismas apropiaciones, incapaces de percibir una alternativa a la expansión y a nuestro poder corruptor. Se ha hecho poco a poco evidente, de todas maneras, que será necesaria una vía diferente, si la humanidad quiere sobrevivir, y Tolkien no es el último de los espíritus brillantes que nos sugieren este camino: retornar a la vida simple, repudiar el deseo de dominar y, en consecuencia, de contaminar la naturaleza, someterse de nuevo a su ritmo. Es lo que sostienen aquellos que comparten el punto de vista de Frodo; en otros términos, los Hobbit son para Tolkien el símbolo de una aspiración anti-faústica. Frodo posee el anillo, símbolo del poder corruptor, pero no desea otra cosa que deshacerse de él. Incluso corriendo el riesgo de que el anillo caiga en las ennegrecidas manos de Sauron, el Hobbit debe intentar destruir esa fuente y símbolo del deseo faústico de potencia y de saber, porque solamente con ello podrá volver la paz al viejo y buen país de Tolkien, la Contea, país tranquilo, regulado únicamente por la alteración de las estaciones".

No obstante, cuando Frodo y su fiel servidor Sam Gamgee regresan a Contea, cumplida su misión, una desagradable sorpresa los espera: el alma condenada de Sauron, el malvado mago Saruman, ha introducido industrias y chimeneas de fábricas. Esta conclusión pesimista refuerza singularmente la interpretación de Randel Helms y aclara retrospectivamente un aspecto fundamental de su obra.

Hay, en Tolkien, incontestablemente, una inclinación regresiva y maniquea que su admirable instinto mitológico y épico no pueden disfrazar. La popularidad tan ambigua de que goza en los Estados Unidos (donde la Tolkien Society of America es una institución próspera y grande) es, a este respecto, bastante significativa. Y no es sin razones válidas que los ecologistas se inspiran abiertamente en la obra de este viejo y delicioso narrador völkisch, católico, inglés y reaccionario.

Mario Severino
(Trad. Del italiano: Adriana Valdés Krieg)

Mario Severino, Il hobbit di Oxford, Edizioni Quaderni del Signo, Milán, 1985.

El redescubrimiento del mito. Manuel R. Peón


Los rasgos de su personalidad se pueden rastrear en los hobbits: seres de creación propia que no tuvieron una inspiración directa en ninguna leyenda. Los hobbits, antiguo pueblo de guerreros que habían decaído ante la domesticación de su existencia, vivían con sencillez y eran amantes de la buena mesa.

Otro puntal de vida de Tolkien es la pertenencia a sociedades literarias masculinas (como la "Tea Club Barrivian Society") donde, junto a otros profesores, compartía la lectura y el comentario de los mitos y leyendas, especialmente los de la Europa nórdica. Lo cual tuvo un reflejo claro en el amplísimo conocimiento que sobre el mundo antiguo hace gala en sus libros (las sagas islandesas, la Odisea, el Kalevala, el ciclo artúrico...)

La obra

Los libros de Tolkien recrean en toda su extensión el mundo de la "Tradición Originaria": no se trata propiamente de una invención, sino de un retorno a las leyendas del origen de Europa.

Con esta inmensa erudición Tolkien rescata para un público actual la temática de los relatos míticos antes citados; así, en "El Silmarillion" y en "El Señor de los Anillos" pueden hallarse referencias de los Eddas, la visión cíclica del tiempo que era la forma de ver la historia entre los antiguos pueblos europeos.

El mundo tolkieniano (la "Tierra Media") los estados son monarquías estamentales, impera una ética guerrera y la magia es algo común y presente en multitud de aspectos de la vida. Sobre el tema monárquico puede rastrearse la historia de los reyes taumaturgos, que en el medievo cobraban poderes de sanación si consagraban su reinado a las leyes divinas, y que perdieron tales poderes a medida que se secularizaba su rol.

Uno de los principales defectos de la obra de Tolkien es, a mi juicio, el gran maniqueísmo que la recorre; la lucha eterna entre los principios del bien y del mal como fuerza separadas y en estado puro. Este maniqueísmo se opone a las concepciones paganas, en las cuales los dioses no representaban necesariamente el bien o el mal, sino aspectos distintos de la vida.

Quizás este maniqueísmo pudo surgir de la convicción íntima del propio autor en la oposición fundamental entre el mundo moderno, decadente y materialista (los seguidores de Mordor explotaban la naturaleza con sus ingenios técnicos), y en mundo de la Tradición Originaria, los mitos el culto de la Madre Tierra.

Tolkien, en numerosas entrevistas, afirmó que él nunca creó nada, que las leyendas y relatos, simplemente, aparecieron, como si hubieran estado allí por siempre en espera de que alguien las descubriese [1].

Cuentan sus biógrafos que un buen día garabateó en un papel: "En un agujero en el suelo vivía un hobbit": ahí dio comienzo una de las mitologías más acabadas que nunca se han escrito; no es aventurado reconocer que, desde nuestros antepasados paganos (salvo el ciclo artúrico) no se había escrito nada parecido.

El conjunto coherente de relatos que forman "El Silmarillion", "El hobbit" y "El señor de los Anillos" crean su propio mundo, sus propias lenguas y dialectos, su propia escritura (rúnica) y su propia geografía. Todo esto, según él, no salió de su imaginación: fue descubriendo la Tierra Media a medida que la escribía.

Esto, en cierto modo, es cierto; la Tierra Media es un auténtico retro-mundo con su propio mito de la creación, su propio universo ético, sus propios dioses... Tolkien se impone una coherencia total a esta cosmogonía. Cuando uno termina de leer "El Señor de los Anillos" le queda la impresión de que este mundo existió en alguna parte. Tal vez esto sea cierto; en cualquier caso, sólo los dioses lo saben.

La Edad de Oro

El mito de los orígenes surge con fuerza en la inacabada cosmogonía de "El Silmarillion". Tolkien cristaliza este universo cargado de fuerte paganismo nórdico: así, la creación emana de un Dios (Eru Ilúvatar [2]), alejado de la Tierra, que actúa por medio de numerosos dioses menores (los Valar [3]) envueltos en una lucha titánica provocada por la traición de uno de ellos (Mogroth/Melkor [4]). Estos dioses menores controlan la vida y están presentes en todos los fenómenos naturales.

En los orígenes todo era perfección, y los dioses, los elfos y los hombres eran Uno. Al iniciarse la actuación del mal comienza la decadencia y la lucha por el retorno de los tiempos primigenios.

Esta concepción supone la destrucción del hombre y de sus creaciones en el devenir incesante de los ciclos históricos. La razón de la existencia sólo tiene un significado: la lucha eterna contra el destino marcado por los dioses, algo que vieron Nietzsche y Goethe en su concepto de "Tragedia".

El lenguaje y el mito

Cuando los humanos ponen nombres a las cosas están solamente inventando sus propios términos para designarlas. El lenguaje, según Tolkien, es invención de objetos e ideas; el mito es invención de la verdad.

Venimos de los dioses e inevitablemente los mitos reflejan un pequeño fragmento del espíritu de la divinidad.

Sólo cuando creamos (o descubrimos) relatos míticos y heroicos podemos aspirar a reencontrarnos con el estado primigenio de la Edad de Oro.

"Vuestros mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero; en tanto que el progreso materialista conduce sólo a un abismo devorador y a la corona de hierro de las fuerzas del mal" (J.R.R. Tolkien).

En "El Señor de los Anillos" el autor emplea los lenguajes para delinear actitudes culturales, presentando personajes de variadas razas para levar al lector a la comprensión de los tipos de conciencia según el modelo jungiano) que tienen los distintos pueblos.

Las identidades culturales están fuertemente marcadas y elfos, hombres, etc., se subdividen por el hábitat, el lenguaje y su aspecto externo, que les hace tener una variada percepción de las cosas. Eso no les impide una concepción unitaria del Estado que hace que diferentes pueblos se unan entorno a una misión.

La pluralidad de lenguas revela el carácter íntimo de cada grupo: la fealdad del lenguaje de los orcos (servidores de Mordor, la tierra del Enemigo) en contraste con la belleza de los lenguajes élficos. La desaparición de una lengua conlleva la extinción de una cultura. Gran filólogo, Tolkien nos descubre la importancia de la pluralidad cultural, hoy amenazada por el mundialismo yankee.

El concepto de héroe

Para el escritor romántico Thomas Carlyle las religiones no son más que un culto a los héroes y a los antepasados, quienes con su comportamiento nos indican el camino a seguir para encontrar las fuerzas del espíritu.

En los relatos paganos, lo divino, presente en la naturaleza, se experimenta por medio de héroes sobrehumanos que hacen demandas a los mortales para que se superen a sí mismos y accedan a un estado superior (Walhalla, Olimpo...)

El heroísmo guarda una relación directa con la mayor exigencia que se hace uno para sí. Las grandes hazañas no siempre las tienen que realizar los guerreros más fuertes o los dioses más poderosos. Tolkien, por identificación personal, hace protagonista de su obra principal a un hobbit, un miembro del pueblo bonachón y alegre, a su manera pequeño-burgués.

El verdadero Yo del hobbit Frodo se despierta y mata al "yo" común. Quizás una de las principales lecciones de esta obra puede ser esta: "hay que matar al hobbit que hay en nosotros". En una terminología más celtibérica el hobbit es el perfecto Sancho Panza.

El pecado del héroe no está en perder la esperanza, sino en permitir que la desesperación le inmovilice; como también afirmó el filósofo Julius Evola, "La actitud de quien sabe combatir aun sabiendo que la batalla está materialmente perdida".

El héroe, en la obra tolkieniana, recoge estas ideas presentes en una visión del mundo que tuvo su esplendor en el pasado: "Debemos arreglárnoslas sin esperanzas", dice Aragorn, el rey escondido que retorna, al que Tolkien da las características físicas y anímicas del antiguo dios Wotan.

En las religiones paganas, a los períodos de plenitud les suceden épocas de caos y decadencia. La última oportunidad para remontar la situación se encuentra, hoy como ayer y como siempre, en la asunción de un pensamiento trágico heroico.

Los héroes, en las viejas religiones, están en un nivel similar a los propios dioses [5], pero en "El Señor de los Anillos" presentan defectos que les humanizan, conocen la fe y la piedad y sufren remordimientos por sus flaquezas; tal vez por este motivo se asemejen más a los caballeros andantes del medievo. En la obra tolkieniana se dan los dos tipos característicos: el caballero católico medieval y el héroe pagano. Los hombres de Rohan (una de las tierras de la geografía tolkieniana) "aman la guerra y la valentía como cosas buenas en sí: a la vez un deporte y un fin".

También se evoca en sus primeras obras el tema del viaje de iniciación espiritual, que en Europa es recogido literariamente en la leyenda del Grial.

Bilbo, el primer hobbit que lo realiza, sale del egoísmo de su vida cómoda y adquiere en el camino los rasgos del caballero andante. Ha hecho madurar dentro de sí la semilla del heroísmo, ha matado al "yo" común.

Frodo, en la trilogía de "El Señor de los Anillos", tiene que realizar un camino plagado de adversidades para, al final del mismo, llegar a comprender en toda su extensión el universo ético de la Tierra Media.

El héroe debe vencer en sí al mal que lleva dentro. Las tentaciones de Frodo respecto al anillo así nos lo demuestran. Aquí encontramos el concepto de la "Gran Yihad" de la que hablan los musulmanes, la gran guerra santa que se desarrolla en el interior de cada persona sin la cual la "pequeña yihad", la guerra santa exterior, no es nada. La vida humana aparece como búsqueda, en primer lugar, de la edad adulta y del sentido de la muerte.

Actualidad de su obra

Según el escritor tradicional Georges Gondinet, sería interesante conseguir en el campo de la distribución editorial que la juventud leyera "El Señor de los Anillos" y a continuación "Rebelión contra el mundo moderno", de Julius Evola. Tal vez así muchos espíritus perdidos tendrían la certeza de que existió otro mundo opuesto a éste, y que nuevamente puede ser reconstruido. Ciertas vocaciones podrían definirse en el interior de muchas personas.

La obra de Tolkien rompe totalmente con la literatura moderna y se aparta por completo con las corrientes ideológicas oficiales del sistema burgués. Con sus relatos accedemos a un mundo superior, a una concepción clásica de la existencia, a una alternativa al borreguismo realista de nuestros días.

Liberales y marxistas adoptan un pensamiento en el que ninguna fantasía está autorizada a tener lugar. En el mundo moderno toda una parte del espíritu humano (la imaginación) está sometida a una continua castración.

Al destruir los mitos que estructuraban las comunidades orgánicas tradicionales, sustituyéndolos por caricaturas muy pronto caídas en desuso, el progresismo tiende a rechazar, calificándolas de infantiles, todas las fantasías; así nos encadena a la realidad envenenada que ellos mismos han forjado: la sociedad de consumo. La utopía llegará, anuncian estos redentores materialistas; pero su utopía nos presenta cada vez más el rostro de ese "mundo feliz" que anunciara Huxley.

El mundo moderno ha trivializado toda búsqueda interior, que en el pasado era conducida por los mitos; ha cerrado con fuerza las puertas de lo sagrado y de una concepción superior de la existencia que, hoy por hoy, sólo la fantasía puede reabrir. Lo fantástico choca de frente con el materialismo y es capaz de anularlo.

Sólo a través de la fantasía el hombre moderno puede ser reconducido al espacio del mito. Se puede afirmar que la obra tolkieniana y sus derivaciones posteriores son la única literatura de aparición moderna que avista la superación de nuestro tiempo y la reintegración a un mundo tradicional.

Un lema del mayo´68 fue "La imaginación al poder": quieran los dioses que llegue a ser verdad y así logremos retornar a nuestros orígenes espirituales. Ya lo dijo André Malraux: después del materialismo retornará la era del espíritu.

NOTAS:

[1] No otra es la concepción indoeuropea de la sabiduría: frente al profeta semita que habla con Dios o frente al científico moderno que disgrega la naturaleza para no interrogarse por las causas sino por los modos, el "sabio" pagano es aquel que "ha visto", que accede a los estratos superiores del ser para luego describir en palabras, lo mejor que pueda, su experiencia.

[2] En el lenguaje élfico inventado por Tolkien: "El Uno, El Padre De Todo".

[3] "Potencias", "Poderes".

[4] "El Oscuro", "El Enemigo".

[5] No son muchos los que saben que héroe, en griego clásico, significa "divino", "sagrado".

El Fenomeno Tolkien: un mito analogico. Pedro Girón


Cabe relacionar la moda "Tolkien" (la tolkienmanía) con las luchas pacifistas y ecologistas? ¿En qué medida forma parte Tolkien -involuntariamente, quizá- de una contestación marginal al Sistema? Tolkien escapa a los filtros ideológicos y políticos, pero en él encontramos, sin duda, la formulación de una alternativa metapolítica que nos habla de duendes, héroes y musgos, prefigurando un universo mítico que ha sobrevivido al desencanto de la modernidad industrial.


En la primavera de 1967, el flower power se había posesionado de los campus universitarios californianos, lo mismo que en la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles) que en la USC (Universidad del Sur de California), en Stanford o en Berkeley. Las obras de Kerouac pasaban de mano en mano, como los cigarrillos de marihuana. Faltaba un año para que sonara la hora de Marcuse, y en San Francisco no se sabía nada de Rudi el Rojo ni de Cohn Bendit; Nanterre debería esperar aún doce meses. Algunas consignas hippies parecían escritas "sólo para iniciados": "¡Dejen vivir en paz a los hobbits!", "¡Fuera los orcos!".

"Tolkienmanía"

Creyendo que se trataba de palabras en slang, indagamos qué quería decir eso de "hobbit" y de "orco". Nuestra interlocutora nos preguntó a su vez: "¿Es posible que no conozcas a Tolkien ni hayas leído El Señor de los Anillos?". Tuvimos que confesar nuestra ignorancia, que tratamos de remediar de inmediato adquiriendo en una librería hippie los tres gruesos tomos de The Lord Of The Rings, de John Ronald Reuel Tolkien.

Con horror, nos dimos cuenta de que no se trataba de una trilogía, como habíamos creído inicialmente, sino de una sola obra, sólo que dividida en tres volúmenes: mil quinientas páginas en total. Teníamos que leerla si queríamos entender los temas de conversación de los estudiantes californianos, que constantemente mezclaban tópicos tolkenianos en su plática (posteriormente, muy posteriormente, supimos que se calculó en cien millones el número de lectores estadounidenses de El Señor de los Anillos).

El horror se trocó primero en gratísima sorpresa y luego en franco júbilo con esta nueva Odisea que, en un marco mitológico, nos remite a un universo mágico donde los hobbits, pacíficos y heroicos al mismo tiempo, se unen a los elfos, a los enanos y a los hombres para preservar su mundo de los malvados hechiceros que tratan de construir una sociedad oscura y tétrica, al amparo de las chimeneas de fábricas que contaminan la naturaleza y los espíritus.

Poco se decía en la barata edición de Ballantine Books acerca de J.R.R. Tolkien, limitándose la información a comunicarnos que se trataba de un filólogo inglés, catedrático de los colleges de Oxford.

Hubimos de esperar dieciséis años para leer en español la obra del hobbit de Oxford. Entre tanto, nos fuimos enterando de la "tolkienmanía" que invadió Europa a partir de 1970 (ediciones en francés y alemán) y se extendió por todo el continente en 1973 (ediciones en noruego, danés, sueco, finlandés, holandés e italiano). Supimos que no sólo de los libros que suscitó el fenómeno Tolkien (la biografía "oficial" de Tolkien, escrita por Humprey Carpenter, la crítica de Lin Carter, Tolkien: un vistazo detrás de El Señor de los Anillos, la apreciación de Tolkien como "guía de la juventud" por parte de Robley Evans, la erudición sobre particularidades del universo tolkeniano, Guía completa de la Tierra Media, de Robert Foster; el ensayo psicoanalítico de los personajes tolkenianos, de Randel Helms, El Mundo de Tolkien; la biografía "extraoficial" que escribió Daniel Grotta-Kurska, J.R.R. Tolkien, arquitecto de la Tierra Media; la colección de críticas y ensayos de Nel D. Isaacs y Rose A. Zimbardo, Tolkien y los críticos; la profunda obra de Sandra Miesel, Mitos, símbolos y religiones en El Señor de los Anillos, etc., etc.) sino del furor que ocasionó la aparición de calendarios, álbumes, posters, bestiarios, etc., de personajes y escenas sacadas de El Hobbit o de El Señor de los Anillos.

¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cómo es posible que un tranquilo catedrático de Oxford haya causado tal impacto entre las juventudes de tan diferentes países y temperamentos como la norteamericana y la italiana? ¿qué escribió Tolkien para que de él y de su obra se hayan ocupado investigadores, sociólogos, psicólogos, profesores universitarios, periodistas y escritores? ¿para que uno de sus biógrafos (Grotta-Kurska) haya escrito "tengo la impresión de que El Señor de los Anillos es el libro que sobrevivirá a nuestro siglo?"

Por muy bella y amena que pueda ser la saga de Tolkien, es indudable que es algo más que un hermoso relato, algo más que diversión y ganas de leer. Sería muy simplista achacar el fenómeno Tolkien a un mero ecologismo precursor. Claro, el filón ecológico despunta directo y vivaz en la obra de Tolkien, pero reducir la tolkienmanía a una bandera ecologista sería ignorar los demás valores, particularmente los míticos, del universo creado por el filólogo oxfordiano.

Una visión mítica del mundo

Sigamos algunas pistas: Grotta-Kurska escribe que "El Señor de los Anillos es un intento de modernizar los viejos mitos y darles credibilidad". Parece ser que lo consiguió, y con un éxito aún mayor de lo que él mismo (Tolkien) imaginaba, porque era una obra muy bien escrita y una mitología muy bien construida, pero quizá también porque era muy grande la necesidad que tenía el mundo moderno de una nueva mitología. El doctor Clyde Kilby, que trabajó con Tolkien en 1966, preguntaba en su libro Sombras de la imaginación: "¿Por qué se lee tanto hoy en día El Señor de los Anillos? En una época en la que el mundo necesitaba más que nunca una experiencia auténtica, esta historia parece proporcionarnos el modelo".

Entonces debemos preguntarnos: ¿cómo fue posible que una fábula, un género literario tradicionalmente abocado al mundo infantil haya podido transmutarse, a los ojos de millones de lectores, en un libro clave, en un texto expresivo de una visión del mundo, en una especie de "manual de supervivencia cultural"?

¿Podría ser verdad que fue -y es- una lectura de adhesión existencial y de compenetración en los valores del epos tolkeniano lo que le aseguró su difusión y triunfó en el marginalismo juvenil de los últimos decenios?

Si la obra maestra tolkeniana no puede reducirse a una mera diversión, a una moda de "best seller" pasajera no es menos indebido hacer de ella un manifiesto ideológico o un tratado filosófico con fines políticos. El Señor de los Anillos no es comparable a Razón y Revolución ni a El fin de la utopía del casi olvidado Marcuse, por más que todas estas obras y la tesis del Gran Rechazo hayan influido en la contestación a los valores consumistas y de la sociedad del bienestar.

¿O acaso el filólogo oxfordiano va más allá, dirigiéndose por el sendero de una revuelta contra el mundo y la cultura modernas, esto es, de aquellos valores que en Occidente han sido erigidos por un cierto filón del pensamiento humanístico y por la reforma protestante, cuya criatura más acabada es el mito del progreso y de la revolución industrial?

Es sabido que Tolkien se negó siempre a interpretar su obra en cualquier clave. Y con ello dió lugar a que no pocos sociólogos juzgaran a toda una generación como "fugada de la realidad". Pero a eso sí contestó Tolkien con un ensayo explícito y clarificador, donde situaba en su verdadera dimensión lo que es la "fuga" del desertor (típica de quienes rechazan asumir el peso y el riesgo, una especie de pathos burgúes, pues) y la evasión del prisionero (que se enfrenta a otros retos, pero sin permitir la imposición de otras voluntades más que la suya propia). La narrativa tolkeniana es un epos legítimo en nuestro tiempo porque representa no solamente la batalla entre el caos y el cosmos, sino también los temas, hoy más fundamentales que nunca, que radicalizan esta batalla: el error que parece verdad y viceversa, la oposición irreductible entre los libres hobbits que no quieren sacrificar el bien a lo "menos malo" y los astutos y crueles poderosos que quieren entregar el mundo a un absolutista Sauron o Hermano Mayor.

El problema no es pues toparse frente a un impulso instrumentalizado que quiere plegar a Tolkien a la imagen reductiva de un filtro ideológico cualquiera, o hacer de él un vehículo de proyectos políticos. Por el contrario, es un público que busca, en la saga de El Señor de los Anillos, una clave de lectura de sus ansias y de sus certidumbres, que a través de la fábula dilata los confines de una visión del mundo, que de la fantasía sube trepando hasta las fuentes que hablan de cosmogonías primordiales, de mitos, de epos caballeresco, en una globalidad que nos remite a las raíces de una herencia cultural común a todos los pueblos desde una perspectiva junguiana.

El Inconsciente Colectivo europeo

Esa herencia que, negada por el american way of life y marginada por la civilización industrial, retorna como patrimonio de las aspiraciones de una juventud contestataria, haciéndose sentir como reflejo de su fascinación en la masa de individuos "normales", más o menos satisfechos o integrados, entre los cuales seguramente se reclutan no pocos de los millones de lectores del mago de Oxford.

Es un rapto misterioso y místico. El el rapto experimentado por Dante en el Empíreo, guiado por la Dama; en el fondo de todo es de carácter iniciático, donde nunca cede la tensión y donde no se aprende con la razón, sino con el propio transporte mítico, porque surgen percepciones que yacían olvidadas en la sangre, en la memoria primordial, en el inconsciente que nunca muere, porque se transmite genéticamente de generación en generación.

Se equivocaría quien esperara encontrar placidez, remansos de paz, hadas bondadosas y príncipes apuestos y encantados en la fábula tolkeniana. Orgánico, sólido, recorrido por los furores de la continua, armoniosa lucha de seres humanos y naturaleza, vívido en la multiplicidad desigual e irrepetible de caracteres, individuos y razas que la pueblan, la Tierra Media no se asemeja para nada a las doradas moradas flotantes de Utopía. El vino que corre en las fiestas, la dulce fragancia de los manjares, la alegría, el miedo, la curiosidad, el orgullo y el heroísmo de sus habitantes en el combate contra un enemigo eternamente en retorno -hoy bajo la semblanza de la máquina trituradora de voluntades, mañana bajo la de un poder violento y nivelador- nos hablan de una realidad incancelable en nuestras mentes, en nuestro espíritu. Pintado a la luz de un exasperado maniqueísmo, el mundo de los hobbits no está suspendido en el vacío entre el Bien y el Mal: en él germinan las pasiones, pulsa la vida, se prepara el futuro sin desprecio del pasado.

Gracias al apacible filólogo inglés fumador de pipa, la juventud, buena parte de ella, se ha reintegrado a un estado mágico real, el Estado de Fantasía que se pensaba que el hombre moderno había perdido en un pecado de orgullo faústico, pero que no se había extinguido del todo.

Otras luces

Podría creerse que después de décadas enteras de acondicionamiento metódico, racionalista y utilitario, dedicado a la extirpación del "mal" constituido por el yo irracional y suprarracional, los hombres, no dándose cuenta ya de que son esclavos, regresarían a la inocencia de un nuevo Edén (distinto del bíblico por el solo hecho de que se deberá trabajar). "El buen carcelero no tiene necesidad de maniatar", escribió sutilmente Lao Tsé; la más profunda degradación no es aquella en la que todavía uno se siente doblegado bajo el peso de los grilletes, sino cuando, privado de la misma conciencia de ser esclavo, cree ser libre y espontáneo, y nada de aquello que conforma el Yo, fuego indomable de libertad infinita que se pone a sí mismo más allá de todo límite y de toda forma, arde ya en su sustancia interior. Y he aquí que un buen día, por un segundo, el prisionero ha logrado evadir a su carcelero, y se ha encontrado en un Estado fantástico, rodeado por las mismas cosas de este mundo en que vivimos, pero iluminadas por otras luces que dejan brillar en la magia de sus destellos, otros tonos que no se habían percibido nunca, y se escuchó otra música, hecha color, que el esclavo no escuchaba desde los tiempos de Aztlán, de la Odisea y de los Nibelungos, desde los tiempos en los que los dioses vivían entre nosotros.

Quizá por ello se diga que El Señor de los Anillos sobrevivirá a nuestro siglo.