Cabe relacionar la moda "Tolkien" (la tolkienmanía) con las luchas pacifistas y ecologistas? ¿En qué medida forma parte Tolkien -involuntariamente, quizá- de una contestación marginal al Sistema? Tolkien escapa a los filtros ideológicos y políticos, pero en él encontramos, sin duda, la formulación de una alternativa metapolítica que nos habla de duendes, héroes y musgos, prefigurando un universo mítico que ha sobrevivido al desencanto de la modernidad industrial.
En la primavera de 1967, el flower power se había posesionado de los campus universitarios californianos, lo mismo que en la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles) que en la USC (Universidad del Sur de California), en Stanford o en Berkeley. Las obras de Kerouac pasaban de mano en mano, como los cigarrillos de marihuana. Faltaba un año para que sonara la hora de Marcuse, y en San Francisco no se sabía nada de Rudi el Rojo ni de Cohn Bendit; Nanterre debería esperar aún doce meses. Algunas consignas hippies parecían escritas "sólo para iniciados": "¡Dejen vivir en paz a los hobbits!", "¡Fuera los orcos!".
"Tolkienmanía"
Creyendo que se trataba de palabras en slang, indagamos qué quería decir eso de "hobbit" y de "orco". Nuestra interlocutora nos preguntó a su vez: "¿Es posible que no conozcas a Tolkien ni hayas leído El Señor de los Anillos?". Tuvimos que confesar nuestra ignorancia, que tratamos de remediar de inmediato adquiriendo en una librería hippie los tres gruesos tomos de The Lord Of The Rings, de John Ronald Reuel Tolkien.
Con horror, nos dimos cuenta de que no se trataba de una trilogía, como habíamos creído inicialmente, sino de una sola obra, sólo que dividida en tres volúmenes: mil quinientas páginas en total. Teníamos que leerla si queríamos entender los temas de conversación de los estudiantes californianos, que constantemente mezclaban tópicos tolkenianos en su plática (posteriormente, muy posteriormente, supimos que se calculó en cien millones el número de lectores estadounidenses de El Señor de los Anillos).
El horror se trocó primero en gratísima sorpresa y luego en franco júbilo con esta nueva Odisea que, en un marco mitológico, nos remite a un universo mágico donde los hobbits, pacíficos y heroicos al mismo tiempo, se unen a los elfos, a los enanos y a los hombres para preservar su mundo de los malvados hechiceros que tratan de construir una sociedad oscura y tétrica, al amparo de las chimeneas de fábricas que contaminan la naturaleza y los espíritus.
Poco se decía en la barata edición de Ballantine Books acerca de J.R.R. Tolkien, limitándose la información a comunicarnos que se trataba de un filólogo inglés, catedrático de los colleges de Oxford.
Hubimos de esperar dieciséis años para leer en español la obra del hobbit de Oxford. Entre tanto, nos fuimos enterando de la "tolkienmanía" que invadió Europa a partir de 1970 (ediciones en francés y alemán) y se extendió por todo el continente en 1973 (ediciones en noruego, danés, sueco, finlandés, holandés e italiano). Supimos que no sólo de los libros que suscitó el fenómeno Tolkien (la biografía "oficial" de Tolkien, escrita por Humprey Carpenter, la crítica de Lin Carter, Tolkien: un vistazo detrás de El Señor de los Anillos, la apreciación de Tolkien como "guía de la juventud" por parte de Robley Evans, la erudición sobre particularidades del universo tolkeniano, Guía completa de la Tierra Media, de Robert Foster; el ensayo psicoanalítico de los personajes tolkenianos, de Randel Helms, El Mundo de Tolkien; la biografía "extraoficial" que escribió Daniel Grotta-Kurska, J.R.R. Tolkien, arquitecto de la Tierra Media; la colección de críticas y ensayos de Nel D. Isaacs y Rose A. Zimbardo, Tolkien y los críticos; la profunda obra de Sandra Miesel, Mitos, símbolos y religiones en El Señor de los Anillos, etc., etc.) sino del furor que ocasionó la aparición de calendarios, álbumes, posters, bestiarios, etc., de personajes y escenas sacadas de El Hobbit o de El Señor de los Anillos.
¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cómo es posible que un tranquilo catedrático de Oxford haya causado tal impacto entre las juventudes de tan diferentes países y temperamentos como la norteamericana y la italiana? ¿qué escribió Tolkien para que de él y de su obra se hayan ocupado investigadores, sociólogos, psicólogos, profesores universitarios, periodistas y escritores? ¿para que uno de sus biógrafos (Grotta-Kurska) haya escrito "tengo la impresión de que El Señor de los Anillos es el libro que sobrevivirá a nuestro siglo?"
Por muy bella y amena que pueda ser la saga de Tolkien, es indudable que es algo más que un hermoso relato, algo más que diversión y ganas de leer. Sería muy simplista achacar el fenómeno Tolkien a un mero ecologismo precursor. Claro, el filón ecológico despunta directo y vivaz en la obra de Tolkien, pero reducir la tolkienmanía a una bandera ecologista sería ignorar los demás valores, particularmente los míticos, del universo creado por el filólogo oxfordiano.
Con horror, nos dimos cuenta de que no se trataba de una trilogía, como habíamos creído inicialmente, sino de una sola obra, sólo que dividida en tres volúmenes: mil quinientas páginas en total. Teníamos que leerla si queríamos entender los temas de conversación de los estudiantes californianos, que constantemente mezclaban tópicos tolkenianos en su plática (posteriormente, muy posteriormente, supimos que se calculó en cien millones el número de lectores estadounidenses de El Señor de los Anillos).
El horror se trocó primero en gratísima sorpresa y luego en franco júbilo con esta nueva Odisea que, en un marco mitológico, nos remite a un universo mágico donde los hobbits, pacíficos y heroicos al mismo tiempo, se unen a los elfos, a los enanos y a los hombres para preservar su mundo de los malvados hechiceros que tratan de construir una sociedad oscura y tétrica, al amparo de las chimeneas de fábricas que contaminan la naturaleza y los espíritus.
Poco se decía en la barata edición de Ballantine Books acerca de J.R.R. Tolkien, limitándose la información a comunicarnos que se trataba de un filólogo inglés, catedrático de los colleges de Oxford.
Hubimos de esperar dieciséis años para leer en español la obra del hobbit de Oxford. Entre tanto, nos fuimos enterando de la "tolkienmanía" que invadió Europa a partir de 1970 (ediciones en francés y alemán) y se extendió por todo el continente en 1973 (ediciones en noruego, danés, sueco, finlandés, holandés e italiano). Supimos que no sólo de los libros que suscitó el fenómeno Tolkien (la biografía "oficial" de Tolkien, escrita por Humprey Carpenter, la crítica de Lin Carter, Tolkien: un vistazo detrás de El Señor de los Anillos, la apreciación de Tolkien como "guía de la juventud" por parte de Robley Evans, la erudición sobre particularidades del universo tolkeniano, Guía completa de la Tierra Media, de Robert Foster; el ensayo psicoanalítico de los personajes tolkenianos, de Randel Helms, El Mundo de Tolkien; la biografía "extraoficial" que escribió Daniel Grotta-Kurska, J.R.R. Tolkien, arquitecto de la Tierra Media; la colección de críticas y ensayos de Nel D. Isaacs y Rose A. Zimbardo, Tolkien y los críticos; la profunda obra de Sandra Miesel, Mitos, símbolos y religiones en El Señor de los Anillos, etc., etc.) sino del furor que ocasionó la aparición de calendarios, álbumes, posters, bestiarios, etc., de personajes y escenas sacadas de El Hobbit o de El Señor de los Anillos.
¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cómo es posible que un tranquilo catedrático de Oxford haya causado tal impacto entre las juventudes de tan diferentes países y temperamentos como la norteamericana y la italiana? ¿qué escribió Tolkien para que de él y de su obra se hayan ocupado investigadores, sociólogos, psicólogos, profesores universitarios, periodistas y escritores? ¿para que uno de sus biógrafos (Grotta-Kurska) haya escrito "tengo la impresión de que El Señor de los Anillos es el libro que sobrevivirá a nuestro siglo?"
Por muy bella y amena que pueda ser la saga de Tolkien, es indudable que es algo más que un hermoso relato, algo más que diversión y ganas de leer. Sería muy simplista achacar el fenómeno Tolkien a un mero ecologismo precursor. Claro, el filón ecológico despunta directo y vivaz en la obra de Tolkien, pero reducir la tolkienmanía a una bandera ecologista sería ignorar los demás valores, particularmente los míticos, del universo creado por el filólogo oxfordiano.
Una visión mítica del mundo
Sigamos algunas pistas: Grotta-Kurska escribe que "El Señor de los Anillos es un intento de modernizar los viejos mitos y darles credibilidad". Parece ser que lo consiguió, y con un éxito aún mayor de lo que él mismo (Tolkien) imaginaba, porque era una obra muy bien escrita y una mitología muy bien construida, pero quizá también porque era muy grande la necesidad que tenía el mundo moderno de una nueva mitología. El doctor Clyde Kilby, que trabajó con Tolkien en 1966, preguntaba en su libro Sombras de la imaginación: "¿Por qué se lee tanto hoy en día El Señor de los Anillos? En una época en la que el mundo necesitaba más que nunca una experiencia auténtica, esta historia parece proporcionarnos el modelo".
Entonces debemos preguntarnos: ¿cómo fue posible que una fábula, un género literario tradicionalmente abocado al mundo infantil haya podido transmutarse, a los ojos de millones de lectores, en un libro clave, en un texto expresivo de una visión del mundo, en una especie de "manual de supervivencia cultural"?
¿Podría ser verdad que fue -y es- una lectura de adhesión existencial y de compenetración en los valores del epos tolkeniano lo que le aseguró su difusión y triunfó en el marginalismo juvenil de los últimos decenios?
Si la obra maestra tolkeniana no puede reducirse a una mera diversión, a una moda de "best seller" pasajera no es menos indebido hacer de ella un manifiesto ideológico o un tratado filosófico con fines políticos. El Señor de los Anillos no es comparable a Razón y Revolución ni a El fin de la utopía del casi olvidado Marcuse, por más que todas estas obras y la tesis del Gran Rechazo hayan influido en la contestación a los valores consumistas y de la sociedad del bienestar.
¿O acaso el filólogo oxfordiano va más allá, dirigiéndose por el sendero de una revuelta contra el mundo y la cultura modernas, esto es, de aquellos valores que en Occidente han sido erigidos por un cierto filón del pensamiento humanístico y por la reforma protestante, cuya criatura más acabada es el mito del progreso y de la revolución industrial?
Es sabido que Tolkien se negó siempre a interpretar su obra en cualquier clave. Y con ello dió lugar a que no pocos sociólogos juzgaran a toda una generación como "fugada de la realidad". Pero a eso sí contestó Tolkien con un ensayo explícito y clarificador, donde situaba en su verdadera dimensión lo que es la "fuga" del desertor (típica de quienes rechazan asumir el peso y el riesgo, una especie de pathos burgúes, pues) y la evasión del prisionero (que se enfrenta a otros retos, pero sin permitir la imposición de otras voluntades más que la suya propia). La narrativa tolkeniana es un epos legítimo en nuestro tiempo porque representa no solamente la batalla entre el caos y el cosmos, sino también los temas, hoy más fundamentales que nunca, que radicalizan esta batalla: el error que parece verdad y viceversa, la oposición irreductible entre los libres hobbits que no quieren sacrificar el bien a lo "menos malo" y los astutos y crueles poderosos que quieren entregar el mundo a un absolutista Sauron o Hermano Mayor.
El problema no es pues toparse frente a un impulso instrumentalizado que quiere plegar a Tolkien a la imagen reductiva de un filtro ideológico cualquiera, o hacer de él un vehículo de proyectos políticos. Por el contrario, es un público que busca, en la saga de El Señor de los Anillos, una clave de lectura de sus ansias y de sus certidumbres, que a través de la fábula dilata los confines de una visión del mundo, que de la fantasía sube trepando hasta las fuentes que hablan de cosmogonías primordiales, de mitos, de epos caballeresco, en una globalidad que nos remite a las raíces de una herencia cultural común a todos los pueblos desde una perspectiva junguiana.
Entonces debemos preguntarnos: ¿cómo fue posible que una fábula, un género literario tradicionalmente abocado al mundo infantil haya podido transmutarse, a los ojos de millones de lectores, en un libro clave, en un texto expresivo de una visión del mundo, en una especie de "manual de supervivencia cultural"?
¿Podría ser verdad que fue -y es- una lectura de adhesión existencial y de compenetración en los valores del epos tolkeniano lo que le aseguró su difusión y triunfó en el marginalismo juvenil de los últimos decenios?
Si la obra maestra tolkeniana no puede reducirse a una mera diversión, a una moda de "best seller" pasajera no es menos indebido hacer de ella un manifiesto ideológico o un tratado filosófico con fines políticos. El Señor de los Anillos no es comparable a Razón y Revolución ni a El fin de la utopía del casi olvidado Marcuse, por más que todas estas obras y la tesis del Gran Rechazo hayan influido en la contestación a los valores consumistas y de la sociedad del bienestar.
¿O acaso el filólogo oxfordiano va más allá, dirigiéndose por el sendero de una revuelta contra el mundo y la cultura modernas, esto es, de aquellos valores que en Occidente han sido erigidos por un cierto filón del pensamiento humanístico y por la reforma protestante, cuya criatura más acabada es el mito del progreso y de la revolución industrial?
Es sabido que Tolkien se negó siempre a interpretar su obra en cualquier clave. Y con ello dió lugar a que no pocos sociólogos juzgaran a toda una generación como "fugada de la realidad". Pero a eso sí contestó Tolkien con un ensayo explícito y clarificador, donde situaba en su verdadera dimensión lo que es la "fuga" del desertor (típica de quienes rechazan asumir el peso y el riesgo, una especie de pathos burgúes, pues) y la evasión del prisionero (que se enfrenta a otros retos, pero sin permitir la imposición de otras voluntades más que la suya propia). La narrativa tolkeniana es un epos legítimo en nuestro tiempo porque representa no solamente la batalla entre el caos y el cosmos, sino también los temas, hoy más fundamentales que nunca, que radicalizan esta batalla: el error que parece verdad y viceversa, la oposición irreductible entre los libres hobbits que no quieren sacrificar el bien a lo "menos malo" y los astutos y crueles poderosos que quieren entregar el mundo a un absolutista Sauron o Hermano Mayor.
El problema no es pues toparse frente a un impulso instrumentalizado que quiere plegar a Tolkien a la imagen reductiva de un filtro ideológico cualquiera, o hacer de él un vehículo de proyectos políticos. Por el contrario, es un público que busca, en la saga de El Señor de los Anillos, una clave de lectura de sus ansias y de sus certidumbres, que a través de la fábula dilata los confines de una visión del mundo, que de la fantasía sube trepando hasta las fuentes que hablan de cosmogonías primordiales, de mitos, de epos caballeresco, en una globalidad que nos remite a las raíces de una herencia cultural común a todos los pueblos desde una perspectiva junguiana.
El Inconsciente Colectivo europeo
Esa herencia que, negada por el american way of life y marginada por la civilización industrial, retorna como patrimonio de las aspiraciones de una juventud contestataria, haciéndose sentir como reflejo de su fascinación en la masa de individuos "normales", más o menos satisfechos o integrados, entre los cuales seguramente se reclutan no pocos de los millones de lectores del mago de Oxford.
Es un rapto misterioso y místico. El el rapto experimentado por Dante en el Empíreo, guiado por la Dama; en el fondo de todo es de carácter iniciático, donde nunca cede la tensión y donde no se aprende con la razón, sino con el propio transporte mítico, porque surgen percepciones que yacían olvidadas en la sangre, en la memoria primordial, en el inconsciente que nunca muere, porque se transmite genéticamente de generación en generación.
Se equivocaría quien esperara encontrar placidez, remansos de paz, hadas bondadosas y príncipes apuestos y encantados en la fábula tolkeniana. Orgánico, sólido, recorrido por los furores de la continua, armoniosa lucha de seres humanos y naturaleza, vívido en la multiplicidad desigual e irrepetible de caracteres, individuos y razas que la pueblan, la Tierra Media no se asemeja para nada a las doradas moradas flotantes de Utopía. El vino que corre en las fiestas, la dulce fragancia de los manjares, la alegría, el miedo, la curiosidad, el orgullo y el heroísmo de sus habitantes en el combate contra un enemigo eternamente en retorno -hoy bajo la semblanza de la máquina trituradora de voluntades, mañana bajo la de un poder violento y nivelador- nos hablan de una realidad incancelable en nuestras mentes, en nuestro espíritu. Pintado a la luz de un exasperado maniqueísmo, el mundo de los hobbits no está suspendido en el vacío entre el Bien y el Mal: en él germinan las pasiones, pulsa la vida, se prepara el futuro sin desprecio del pasado.
Gracias al apacible filólogo inglés fumador de pipa, la juventud, buena parte de ella, se ha reintegrado a un estado mágico real, el Estado de Fantasía que se pensaba que el hombre moderno había perdido en un pecado de orgullo faústico, pero que no se había extinguido del todo.
Es un rapto misterioso y místico. El el rapto experimentado por Dante en el Empíreo, guiado por la Dama; en el fondo de todo es de carácter iniciático, donde nunca cede la tensión y donde no se aprende con la razón, sino con el propio transporte mítico, porque surgen percepciones que yacían olvidadas en la sangre, en la memoria primordial, en el inconsciente que nunca muere, porque se transmite genéticamente de generación en generación.
Se equivocaría quien esperara encontrar placidez, remansos de paz, hadas bondadosas y príncipes apuestos y encantados en la fábula tolkeniana. Orgánico, sólido, recorrido por los furores de la continua, armoniosa lucha de seres humanos y naturaleza, vívido en la multiplicidad desigual e irrepetible de caracteres, individuos y razas que la pueblan, la Tierra Media no se asemeja para nada a las doradas moradas flotantes de Utopía. El vino que corre en las fiestas, la dulce fragancia de los manjares, la alegría, el miedo, la curiosidad, el orgullo y el heroísmo de sus habitantes en el combate contra un enemigo eternamente en retorno -hoy bajo la semblanza de la máquina trituradora de voluntades, mañana bajo la de un poder violento y nivelador- nos hablan de una realidad incancelable en nuestras mentes, en nuestro espíritu. Pintado a la luz de un exasperado maniqueísmo, el mundo de los hobbits no está suspendido en el vacío entre el Bien y el Mal: en él germinan las pasiones, pulsa la vida, se prepara el futuro sin desprecio del pasado.
Gracias al apacible filólogo inglés fumador de pipa, la juventud, buena parte de ella, se ha reintegrado a un estado mágico real, el Estado de Fantasía que se pensaba que el hombre moderno había perdido en un pecado de orgullo faústico, pero que no se había extinguido del todo.
Otras luces
Podría creerse que después de décadas enteras de acondicionamiento metódico, racionalista y utilitario, dedicado a la extirpación del "mal" constituido por el yo irracional y suprarracional, los hombres, no dándose cuenta ya de que son esclavos, regresarían a la inocencia de un nuevo Edén (distinto del bíblico por el solo hecho de que se deberá trabajar). "El buen carcelero no tiene necesidad de maniatar", escribió sutilmente Lao Tsé; la más profunda degradación no es aquella en la que todavía uno se siente doblegado bajo el peso de los grilletes, sino cuando, privado de la misma conciencia de ser esclavo, cree ser libre y espontáneo, y nada de aquello que conforma el Yo, fuego indomable de libertad infinita que se pone a sí mismo más allá de todo límite y de toda forma, arde ya en su sustancia interior. Y he aquí que un buen día, por un segundo, el prisionero ha logrado evadir a su carcelero, y se ha encontrado en un Estado fantástico, rodeado por las mismas cosas de este mundo en que vivimos, pero iluminadas por otras luces que dejan brillar en la magia de sus destellos, otros tonos que no se habían percibido nunca, y se escuchó otra música, hecha color, que el esclavo no escuchaba desde los tiempos de Aztlán, de la Odisea y de los Nibelungos, desde los tiempos en los que los dioses vivían entre nosotros.
Quizá por ello se diga que El Señor de los Anillos sobrevivirá a nuestro siglo.
Quizá por ello se diga que El Señor de los Anillos sobrevivirá a nuestro siglo.
Saludos mi amigo radix.
ResponderEliminarQue bueno que haga un blog sobre tolkien.
Me encantaria adherirlo a Antipodas.
Como ya tengo el de radix este nuevo.
Aviseme.
Un Saludo Disidente!
El Hidalgo
culturantipodas.blogspot.com
Eu sou Helena Julio do Equador, quero falar bem sobre o Sr. Benjamin sobre este assunto. me dá apoio financeiro quando todos os bancos da minha cidade recusaram meu pedido de empréstimo de 500.000,00 USD, eu tentei tudo que pude para conseguir um empréstimo de meus bancos aqui no Equador, mas todos recusaram porque meu crédito era baixo, mas com a graça de Deus eu vim a saber sobre o Sr. Benjamin, então decidi tentar solicitar o empréstimo. Com a vontade de Deus, eles me concederam um empréstimo de 500.000,00 USD. O pedido de empréstimo que meus bancos aqui no Equador recusaram, foi realmente fantástico fazer negócios com eles e meu negócio está indo bem agora. E-mail/WhatsApp Contact se você deseja solicitar um empréstimo de them.247officedept@gmail.com WhatsApp Contact: +1-989-394-3740.
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